Pareja, Relaciones

Cuando todo comienza en lo que dura el semáforo en cambiar de luz

Fue en un segundo. Como lo que dura un parpadeo, teclear una letra, el primer acorde de una canción o aceptar la invitación de subirme a su carro.

Un segundo para decidir: le digo «no gracias, no voy para mi casa», o mi vida va a cambiar y no precisamente para bien. Porque lo sabemos. Porque contamos con ese breve instante, un efímero momento que se nos permite para no equivocarnos tanto, en el que dejamos escapar la sabiduría porque decimos – no es malo hacerlo – y eso resulta suficiente pretexto para engañarse y no interesa prolongar ese segundo aunque se pudiera. Porque aunque visualicé lo que acontecería después, no me importó. Fue más fuerte el deseo de liberar adrenalina, de creer que tener el control era un asunto sencillo, de acariciar emociones intensas, de retarme nuevamente a ir un poco más allá.

Siempre fui así, siempre anduve en el límite queriendo sentir el vértigo de llegar hasta el extremo del precipicio, ver hacia abajo, escuchar cómo el corazón se acelera, los ojos se agrandan, la respiración se descontrola, las manos transpiran, las rodillas tambalean y el cuerpo tiembla. Y demostrar que no me caigo, que me sostengo en el extremo hacia el vacío…en la orilla vuelvo a mirar por encima de mis pies borrosos, se nubla el espacio, me mareo y no me he dado cuenta de que me voy cayendo hacia el fondo del suelo.

Un segundo, en donde otra vez, pensé que sería solamente por unos minutos o un día. Di el paso hacia el abismo. Le dije que sí. Dos semáforos en rojo fue lo que tardó el beso en llegar, y tres años para poder olvidarlo.

La conquista diaria entre nosotros era simplemente exquisita. Estas relaciones son de mariposas y colores al inicio. No hay espacio para otra cosa. Es la borrachera del amor más deliciosa que pueda probarse, es una corriente de aire helado que atraviesa el cuerpo a cada rato y nos eriza la piel asiduamente. Es cierto también que el sexo entre dos amantes es idílico. Y si el hombre casado tiene un puesto importante en una empresa, se la pasa muy ocupado y viajando, la situación es doblemente intensa. La espera de un nuevo encuentro aumenta, las ansias apenas pueden dominarse. Los besos son eternos y se gastan los labios mientras no se puede rozar al otro sin acabar por tocarse. Los regalos son espléndidos, la voz al otro lado del teléfono es dulce y sensual. Los detalles son originales, sorpresivos e impresionantes. Las miradas irresistibles, la química inexplicable, los sentimientos desenfrenados.

Yo lo cuidaba. A pesar de lo difícil que era contenerme de besarlo delante de la gente, no quería causarle un problema ni  era mi intención hacerle daño nunca. Recuerdo que dejé de usar perfume durante esa época, y cuando nos atrapaba una noche improvisada que se extendía hasta el amanecer, me dedicaba a buscar el mismo jabón que él utilizaba diariamente, para que ella no sospechara de un olor desconocido.

En el consenso mutuo de este vínculo no existe una víctima, aunque uno de los dos probablemente ya ha repetido la estrategia antes, entonces sufre menos. Dios sabe que yo me enamoré (o al menos eso creía cuando no sabía lo que significaba amar ). No sé qué habría sido peor; eso, o ser la amante loca que sigue a la esposa y le deja a él una marca en el cuello o la prensa para el cabello en el asiento.

Su amante era mucho más joven y dispuesta, como suele suceder. Yo estaba estrenando los mejores años de una mujer, era ambrosía a su espíritu ya un poco cansado de una vida circulando lineal en calle recta durante varios años, en donde no acontecía casi nada. Yo le recordaba que él  también podía ser joven, que aun era atractivo, interesante y divertido. Teníamos nuestro propio lenguaje que inventamos cuando había que disimular ante los demás. Nos reíamos de las mismas cosas tontas, nos dedicamos las canciones más lindas (y otras muy tristes que nunca le dije).

Así pasaron los meses cuando me di cuenta que ya nos decíamos «te amo». Francamente así lo percibía, yo creí que estaba enamorado. Jamás consideré que en realidad su situación era bastante cómoda: por un lado, la estabilidad familiar y económica, el estatus social y la plenitud genuina de disfrutar su paternidad; por otra parte, tenía de regreso su juventud y la certeza de su capacidad de seducción aun vigente. Conmigo se sentía vivo, peligroso, circulando por carreteras curvas manejando a alta velocidad; experimentando la libertad reducida de sentarse distendido conmigo en la barra de un bar,  tomarse la cerveza de la botella, arrollarse las mangas de su camisa fina, decir malas palabras, contarme sus secretos y hacer el amor apasionadamente con alguien que no cargaba prejuicios, que nunca estaba de mal humor ni llevaba a la cama inseguridades de un cuerpo cansado y nervioso, marcado por los años y los hijos.

Ahora comprendo también que fue en un segundo cuando me di cuenta de que ya era demasiado tarde. Que no es posible sostenerse para no caer al precipicio si se juega en el borde del hueco con la punta del zapato empujando las piedritas  y procurando mantener el equilibrio. Porque es un segundo nuevamente, las náuseas inevitables y ¡pum!…otra vez estoy tan confundida, viendo hacia el cielo con mi mano acariciándome  el pecho, intentando aliviar el dolor profundo del corazón que me impide respirar.

Desde el suelo, el polvo se levanta danzando lento, cubriendo lo que se observa a lo lejos para dejarme tumbada en absoluta oscuridad. Tiene que ser la soledad más cruel. No hay cumpleaños felices porque la persona que se ama no puede estar ahí ese día porque la familia no puede conocerlo. Nadie sabe que existe. Era mi novio fantasma, por más que yo insistiera en la quimera. Quizás los más cercanos se preguntan quién es el dueño de tantos suspiros…y lágrimas. Cuando se atreven a consultar, es irremediable una mentira.

Poco a poco se envuelve la tristeza por aquí; se nota cada vez más cómoda, hasta que uno se acostumbra y convive con ella día a día. Acepté que el tiempo exiguo que me dedicaba, las citas ocasionales y las llamadas que recibía únicamente a las horas de su conveniencia, era lo que yo finalmente merecía, porque eso bastaba para conformarme.

En algún momento dejé de contar las veces que nunca apareció, cuando hicimos planes con tanta antelación, y él no llegó. Era mejor no recordarlas para continuar disfrutando de lo que a él le sobraba que era tan escaso, como un perrito agradecido me sentía digna de lo que me daba. Generalmente cuando eso ocurría, la ansiedad me carcomía hasta perder la cordura. El  hecho de no saber nada, pensar que en el peor de los casos pudo haber tenido un accidente y yo sin enterarme ni poder cuidarlo con tanto amor. O en el mejor de los casos, tuvo un impedimento en su casa que le complicó la existencia, olvidándose de pasar a recoger a alguien a quien decía querer, adorar y dar gracias por haberse cruzado en su camino.

Vomitaba la incertidumbre de cinco a ocho veces. Dormir era inútil, delirando doblegada en la cama, totalmente desesperada con la ropa puesta que me había comprado de acuerdo a lo que a él le gustaba que vistiera: la falda sin medias, la blusa sutilmente escotada. Esperando una eternidad a que comience a clarear, que al menos llamara… – por favor llamá, por favor llamá, por favor llamá, por favor te lo ruego, llamá – ¿Por qué no me llama? Yo no puedo llamarlo, está prohibido. La pelea con los pensamientos incoherentes que se atraviesan en mi cabeza es agotadora, me desgasta…estoy tan quebrantada. La aflicción me retuerce por dentro a un punto en que pareciera que ya no siento nada; amanece y se instala una sensación ilusoria de paz que se rompe por la fuerza de inercia al caminar hacia la oficina, con la fe de que pase algo ya que traiga de vuelta mi sonrisa. Es demasiado triste estar así todo el tiempo. Es humanamente imposible aguantarlo.

Las flores se convierten en súplicas de disculpas recurrentes, y hace que pierdan su encanto. ¿Para qué me envía flores al trabajo? Él no comprende que eso no me devuelve los desvelos y las ganas de gritar que tengo. Que yo lo que quisiera es que no me suelte la mano cada vez que quiero tomarla sin permiso, que desearía dormir a su lado por las noches, llamarlo cuando sienta miedo, dejar de esconderme y que mi nombre aparezca en sus contactos del celular. Cómo es que no puede saber lo que sueño con hacer cosas normales, dejar de ir a bares oscuros y celebrar la Navidad juntos.

Internamente lucho con la contradicción del amor que no es, de la ilusión que no muere, de la esperanza que no permanece… de saber que debo salir corriendo hacia el otro lado para no deslizarme de nuevo y perderme,  porque historias como esta no son de una novela romántica  y no tienen un final feliz. El hombre casado difícilmente dejará su hogar, su esposa y sus hijos. Lo atan mil compromisos y dilemas. Y si decidiera irse con su amante, esta nunca va a volver a confiar porque la perseguirá la duda de imaginar que detrás de él habrá otra mujer como la que ella fue. Conmigo lo único que compartió fueron promesas. Era más simple continuar conduciendo con la compañera que eligió primero.

La que llegó tarde, se queda con los valores propios traicionados, con su autoestima lesionada, la integridad destrozada, el corazón desgarrado y el alma dañada. En esto, alguien siempre lleva las de perder y alguien siempre va a sufrir más. Mi forma de amar se distorsionó después de estar con él y yo no estaba consciente cuando los conocía de cuánto coincidían en el mismo nivel de desapego en su personalidad cínica y ególatra.

Recuperarse del descenso en caída demanda un gran esfuerzo y se necesita infinita paciencia para levantarse, para volver a creer,  y restaurar lo perdido. El proceso no fue fácil; hubo que remediar el deterioro todos los días hasta lograr redimir cada herida. Tanta destrucción simplemente no vale la pena.

¿Cómo se puede decidir en un segundo sabotear la felicidad? Es en un segundo que sucede, como lo que se demora uno en dar un paso, romper un papel de un tirón, hacer un guiño.

Pero todavía es posible un segundo más para volver a elegir. Cualquier segundo es bueno cuando llega el momento de recomenzar.  Un segundo: como lo que se dura en voltear la mirada hacia atrás, o decir «adiós».

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2 Comments

  • Reply Nobody(YOU KNOW) 23 octubre, 2014 at 4:24 pm

    Una de las lecturas mas acertadas que he leído, debo reconocer que jamas hubiera esperado esto, la verdad quiero felicitarte por el valor de expresarte y de tener la capacidad de plasmar de manera tan fresca y sincera algo tan complicado, siempre he valorado la manera tan exquisita de como sueles decir las cosas, aun cuando no aprendimos a comunicarnos creo que para mi el peor de los problemas siempre ha sido decir lo que pienso y lo que siento sobre todo cuando se trata de algo tan personal… y la verdad después de leerte quedo perplejo xq pude sentir tu dolor y a la vez paz al poder «sacar» esto de ti… de verdad muchas gracias por compartirlo y te deseo lo mejor!! SOY TU MAYOR FAN!! y espero tus nuevos aportes pronto!!

  • Reply Pripea 7 octubre, 2014 at 3:31 pm

    Muchas gracias por compartir la experiencia, es importante para las mujeres escuchar estos testimonios de mujeres reales con historias verídicas, no de los cuentos de hadas que nos ensenaron en la infancia, estas historias son las que nos deberían de compartir a una sana edad para ver con otros ojos los que nos podría pasar en el futuro, lo que me podría pasar a mí, a mi hermana, a mi madre, a mi amiga y tener en perspectiva de lo que se sufre entrando a un camino oscuro de “amor” pero sin salida de luz. En nuestra sociedad es más fácil juzgar a la “otra” que buscar en estas vivencias conciencia para las relaciones humanas a las cuales nos enfrentamos con el corazón de una mujer.
    Gracias una vez más por me que sentí identificada, sea en mucho o poco se lo que siente ver para atrás y recordar esos errores, pero asi como usted logre decir “adiós” y hoy soy una mujer plena y orgullosa de quien me convertí.

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