Amor, Relaciones, Sociedad

La última vez que alguien me vio

Me lo recordó ayer, que fue hace unos 10 años o más. Fuimos a tomarnos algo a un lugar que no pudo esperar mejores tiempos y cerró. La pasamos muy bien esa vez, conversando y poniéndonos al día. Una década después, fue agradable encontrarme por casualidad con mi amigo del colegio. Nos saludamos con un fuerte abrazo y en seguida me lo dijo: «la última vez que te vi, fue en Bagelmen’s, ¿te acordás?, hablamos toda una tarde».

Claro que lo recordaba. Generalmente mi memoria almacena con mucho nivel de detalle la primera y última vez que vi a alguien y comencé a reflexionar sobre ese aspecto mientras que mi ex compañero me contaba acerca de las aventuras de su vida con hijos y su pasión por la docencia, y el montañismo y yo pensaba que era realmente conmovedor que el último recuerdo que tenía de mí, fue compartiendo sonrisas y una taza de té cuando creíamos resolver el mundo a punta de filosofía. Pero de inmediato me pregunté: ¿cómo fue esa última vez que en la que alguien más me vio? No podría pensar en cada momento con cada persona que se ha cruzado en mi camino y aún así, en mi universo mental repasaba múltiples imágenes, especialmente de quienes están más cerca de mi corazón.

Mi viaje terrenal estuvo cerca de terminar un par de veces y en otras, me ha pasado de lado. Pude haber sido yo y sin embargo, aquí sigo, no sé hasta cuándo. La única certeza para mí, es lo que yo haga mientras tenga vida, y las consecuencias que eso deje cuando me haya ido.

No podía dejar de preocuparme por el tema y seguía dándole vueltas en mi cabeza: la última vez que alguien se me cruzó en frente, ¿cómo fue? La última vez que mi esposo me vio, le dije que lo amaba, y que lo iba a extrañar mucho, como lo hago cada vez que viajo sin él por trabajo. Esto no lo sabe, pero también le revelé una mirada anticipada que implícitamente incluía palabras y anhelos de sueños que compartimos: algún día, este tipo de despedida va a ser más larga y más difícil porque tendremos unos hermosos hijos diciendo «mami, no te tardes mucho».

¿Que fue lo último que vieron mis padres de mí? Cuando voy a visitarlos y me despiden en la puerta, tengo la costumbre de voltearme a mirarlos mientras voy caminando por el pequeño pasillo de la casa que da hacia la salida en la calle. Les sonrío y vuelvo a decirles adiós con la mano. Es la misma escena que probablemente sucedía cuando me dejaban en la entrada de la escuela. Ellos me observan salir del que un día fue mi hogar, y también me sonríen con una mezcla de nostalgia y alegría. Sé que les hago falta, pero también estoy segura de que están inmensamente felices de saber que estoy bien.

¿Mis hermanos? La felicidad inmensa…tantas cosas divertidas que siempre hablamos, nos reímos demasiado, nunca peleamos. Son mi vida entera, los regalos más maravillosos que pudieron darme mis padres. Les hago saber todo el tiempo lo mucho que los amo. Si la última vez que me vieran fuera la última vez de mi vida, sentirían mi abrazo por el resto de sus días. A mi hermano mayor no lo veo tanto como quisiera, pero las pocas veces que nos encontramos le expreso desesperadamente que lo extraño demasiado…que añoré escuchar su voz el día de mi cumpleaños. Se lo digo sin palabras, porque se me atoran en la garganta. Se lo grito con mis ojos, él me conoce, él sabe que le estoy hablando. Se lo expreso por la forma en la que lo saludo, como intentando prolongar ese mínimo segundo por una eternidad. Tal vez es hora de llamarlo y escribirle para decir todas estas cosas.

Con el resto de mi familia y amigos es igual, les demuestro en cada oportunidad que me importan, que siempre quiero saber cómo están, que disfruto de su compañía y que son una bendición para mí. Mi abuelita casi no puede ver pero sé que percibe cuando le tomo la mano, que me aterra la idea de perderla. Que no sé cómo voy a manejar mi vida el día en que ella me falte. Le leo mis escritos, y a ella le bajan lagrimitas que se quedan empozadas entre las preciosas líneas que marcan su piel envejecida. La familia y la amistad son la más grande fortuna. El que creyó que el dinero era el mayor tesoro, estaba tan equivocado. El dinero jamás podrá comprar el amor.

Pero no termina ahí. Hay demasiada gente con la que convivimos y apenas nos damos cuenta; pero están, y no sabremos si una palabra amable le puede cambiar la vida a alguien. Nos mantenemos conectados y un paso que demos o no, puede terminar en un destino completamente diferente. La última vez que me vio don Ernesto, el oficial de seguridad del condominio en el que vivo, nos deseamos un buen día. El señor del último viaje que hice en Uber, el capitán del avión de mi vuelo anterior, el muchacho que se encarga de la limpieza en la oficina, la vecina que enseña clases de violín….todos ellos podrían confirmar que dentro de las únicas o pocas interacciones que hemos tenido, he intentado ser la mejor persona posible.

¿Qué nos cuesta hacerlo? ¿En qué momento perdimos esto? Hace poco leí en un artículo, que los niños ríen más o menos 400 veces al día; mientras que los adultos, si acaso lo hacen 20 veces. Crecemos, y permitimos que nos absorba la tristeza, el desencanto, el estrés y la ansiedad. Acumulamos demasiado en nuestro interior, hasta que llega el día en que herimos a los que amamos, le gritamos al vendedor de la tienda, matamos con indiferencia al que nos hizo sentir levemente incómodos. Sembramos odio y enojo, y cada vez tenemos menos que ofrecer a los demás. Tenemos dones, cualidades y talentos preciosos que preferimos esconder para no mostrar la mejor versión que podemos ser, para que nuestro ego no se exponga…no vaya a ser que en el momento menos pensado alguien nos haya encontrado bajando la guardia.

Lo juro que yo no. A mí no me importa mostrar mis sentimientos, y no pienso nunca dejar de hacerlo. Eso me permite intuir cuando alguien está sufriendo en silencio, para poder entregarle un detalle dulce, una frase de ánimo. No cuesta nada ser vulnerable hacia los demás y acercarse con intenciones nobles. No nos hace menos fuertes mostrar compasión hacia el otro, o decirle a un compañero lo mucho que se le aprecia. No es equivalente a seguridad en uno mismo, imponernos con un criterio de forma insolente con el fin de «ganar» una discusión.

Siempre es un buen momento para ofrecer algo mejor. Pero para lograrlo genuinamente, es necesario entender que al final, todo es un reflejo de lo que estamos hechos por dentro, de lo que cargamos, y de la forma en que decidimos externarlo… ya sea por la dureza que nos hemos permitido formar, o por la sensibilidad que todos merecemos recibir. No hay ninguna razón para que el tiempo que usted comparte con alguien no sea de calidad, ya sea una interacción de dos segundos, o de varias horas.

Si hoy fuera la última vez que se me permite relacionarme con alguien, quisiera llevarme el mejor recuerdo. Y si este fuera el último minuto que me queda, abriría mi alma entera a la humanidad, para obsequiar todo lo bueno que tengo. Eso es lo más trascendental, de lo que todos necesitamos un poco más. Porque cuando todo se acabe, lo que alguien va a recordar no es su fama, logros o reconocimientos; sino la manera en que siempre trató a los demás, hasta el límite posible. ¿Qué fue lo último que usted le hizo o dijo a alguien? ¿Quisiera que se preserve esa memoria, o no le evoca algo especial?

Me encuentro perdida en estas ideas que quiero convertir en letras, y también continúo escuchando a mi amigo. Me dice que quiere escribir un libro. Yo le sonrío mientras nos despedimos y le digo que anhelo lo mismo … pero me urge primero publicar este artículo.

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1 Comment

  • Reply Marietta 22 julio, 2016 at 8:28 am

    Hermoso, conmovedor, lleva a la reflexión e invita a ser mejor persona

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